Carlos Sorin nos entrega su último filme, “El Camino de San Diego”, que es una película que guarda un sello muy característico del director, ya que gusta filmar, a diferencia de sus homólogos argentinos, por toda la república además de tomar actores no profesionales para desempeñar estas labores.
Como lo hizo en El Perro, contratando a Juan Villegas que era el limpiaba su automóvil cuando él llegaba a la oficina. Esta vez fue Ignacio Benítez, un lugareño de Pozo Azul, ubicado en el centro norte de la provincia de Misiones, al que después de un casting en la zona decidió otorgarle el protagónico.Estas decisiones de emplear a actores no profesiones, sin duda le dan otro matiz a sus películas, ya que nos narra una historia que va más allá de un mensaje concreto, pues nos permite apreciar la travesía de un ferviente admirador de Diego Maradona que al enterarse de su delicado estado de salud decide emprender un viaje en su búsqueda.
Sorin nos tiene acostumbrados a este tipo de historias que narran viajes de personas que salen de sus pueblos por algún motivo que está más allá del turismo o del simple traslado, pero que guarda algo esencial para ellos.Como sucede en Historias Mínimas y El Perro, la historia nos envuelve en el trayecto y las peripecias que tiene en la narración. Además esta historia se teja a partir Maradona, ya que este personaje trasciende el ámbito futbolístico y pasa a ser más que un ídolo casi un Dios, para el pueblo argentino.A partir de ello el director, construye este guión que guarda cierto carácter de peregrinación religiosa coadyuvada por la emblemática imagen del Diego, que es, de cierto modo, el modelo de superación, pues se crió en los barrios más pobres y después pasa a ser una deidad, anhelada principalmente por Tati Benítez.
El director, en una entrevista comentó que la idea surgió de una historia real de dos Sacheros que iban a Buenos Aires, con un tronco de Timbó en los hombros, con la finalidad de colaborar con la mejora de salud de Evita Perón, pero lo dejó por varios años hasta que en el 2004 Maradona enfermó y curiosamente generó esa misma adhesión popular. El comienzo es a diferencia de sus anteriores películas, algo confuso pues se muestran relatos de lugareños que nos introducen directamente a la vida del personaje principal pero a modo de documental, que ciertamente rompe con la estética regular a la que una ficción está acostumbrada, además de las características del encuadre que se asemejan por el transcurso de las imágenes a la de un reportaje, pero integrado con las diferencias correspondientes. Principalmente porque adhiere la narración omnisciente para el desarrollo en imágenes que disimula este incipiente comienzo, que con el paso de los minutos se asienta como ficción que es. En estos primeros minutos, el director plantea el eje conductor que genera el desarrollo de la trama, para que engarce perfectamente con el padecimiento tanto de Tati Benítez como el de Maradona.
El desarrollo de la película se mantiene muy sobrio, con algunos toques de comicidad que aligeran el transcurso del viaje del protagonista. En estos pasajes me hizo recordar ,debido a algunos factores, a la célebre película de Robert Zemeckis Forrest Gump, ya que de alguna forma, Tati guarda cierto grado de ingenuidad casi llegando al límite de un ser bobalicón; aunque, guarda algunas veces picaresco. La contraparte se muestra con el personaje de Waguinho (Carlos Wagner La Bella) , que es el camionero de mayor experiencia en las travesías de la carretera, con una fe similar a la de Benítez por lo sobrenatural que muchas veces se confunde entre religiosidad y hechicería. Algo interesante que recalcar es la dualidad de los personajes que Sorin trata de diferenciar por la vestimenta que tienen, ya que ambos están prácticamente vestidos con el uniforme de Argentina y Brasil; además que caprichosamente encuadra una mini camiseta en el parabrisas del camión, de modo que incrementa esta pasión que trasciende el patriotismo engendrado por el fútbol.
A esta parte de la película me parece que este factor de emplear a actores no profesionales debilitó en cierto modo la expresividad del personaje principal que requiere de mayor intensidad a la hora de desarrollar los diálogos que demandaban mayor capacidad dramática. Ciertamente, y como se adjudica Sorin, el uso de los no profesionales, es para demostrar una mayor fluidez y normalidad al relato, pues la figura de un actor reconocido dificultaría el desarrollo del tipo de historia que desea contar, es por ello que él prefiere a estos. Sin duda es un buen argumento, que para mi es un arma de doble filo, pues como lo postulé en el párrafo anterior crea menor intensidad visual.
En cuanto a aspectos técnicos, se mantiene igual a las mostradas en sus ulteriores filmes, principalmente porque continúa con el mismo equipo, tanto como el mismo director de fotografía (Hugo Colace), operadores de cámara, producción que saben lo dificultoso que es trabajar bajo esas condiciones.
La música a cargo del hijo del director, Nicolás Sorín tuvo un buen manejo de la emotividad que requieren estas películas para reforzar las escenas, tanto en las en el drama como en la comedia.
Si bien es un trabajo musical bastante aceptable, encuentro bastante parecido a la obra de Yann Tiersen que es el músico encargado de la película Amelie, de Jean Pierre Jeunet principalmente por el acordeón predominante en el relato.
Trabaja con tres instrumentos aparte del mencionado, que son un arpa paraguaya y una guitarra criolla que están cimentadas por una orquesta de cuerdas.
En síntesis me parece una película agradable que envuelve al espectador creando cierto grado de identificación debido a que se tiene a un personaje que anhela algo y lucha por hacerlo. En el desarrollo de la película se presentan situaciones comunes que, a pesar de ser una ficción, atrae al público como si fuera verdaderas.
El final es muy consecuente con la historia, pues no es netamente el fin de la vida de Tati Benítez, sino el término de su viaje en búsqueda de su ídolo.
Sin duda no es de las mejores películas de Sorin, pero mucho más recomendable a la infausta y paupérrima cartelera que muchas veces nos ofrecen los cines locales.
Elder Cuevas